miércoles, 29 de agosto de 2012

TRANSPORTE MARÍTIMO EN CHILE


Los dos primeros submarinos construidos en Chile

Hacia 1866, y según precisa el historiador Francisco Antonio Encina en su
“Historia de Chile”: “un enjambre de inventores de torpedos, brulotes, minas
eléctricas, buques cigarros (submarinos), casi la totalidad semilocos, asediaban
a toda hora al Gobierno chileno, ofreciéndoles sus inventos que destruirían
infaliblemente la escuadra española”, que por aquellos días bloqueaba
el puerto en el marco de la guerra de Chile y Perú con España.
Así fue como se presentaron dos prototipos de submarinos. Uno del
ingeniero Gustavo Heyermann, construido en Santiago, que apenas
tocó agua se hundió y el del inmigrante Karl Flach, ex marino alemán, el
que por ese entonces se desempeñaba en los astilleros Duprat en
Valparaíso. Ante la guerra contra España, Flach mostró los planos de un
submarino, argumentando que podría atacar por sorpresa al enemigo.
La leyenda dice que, al escuchar la idea, el Presidente de entonces, José
Joaquín Pérez, preguntó: “¿Y si se chinga?”.
¿Cómo era el submarino?
Karl Flach era ingeniero de profesión y había fabricado cañones de
retrocarga que eran una novedad para la época y, por último, Alemania
era una potencia militar que ya tenía su propio submarino, así que su
proyecto fue respaldado y le encargaron la construcción de la nave. Se
trataba de un sumergible de 12,5 mts. de largo, 1,5 mts. de ancho, con
casco reforzado con capacidad para seis tripulantes provisto de una
escotilla de acceso y capaz de alcanzar una velocidad de 2 a 3 nudos.
Estaba totalmente hecho de fierro y tenía un peso cercano a las 100
toneladas. Se impulsaba a propulsión humana, con pedales que movían
sus dos hélices, y se hundía con un ingenioso sistema de arrastre de
pesos de un lado a otro de la nave. Además, contaba con dos cañones
y una escotilla. No tenía periscopio, por lo que, cada tanto, debía salir a
la superficie para saber si iba en la dirección correcta.
Pasadas con éxito las primeras pruebas, su constructor con la más absoluta
confianza en su modelo invitó a sumergirse al Presidente de la República,
José Joaquín Pérez, quien rehusó diplomáticamente la invitación.
Estando todo preparado y dispuesto, el submarino se sumergió para no
volver a la superficie, pereciendo todos sus tripulantes. Murieron 10
personas a bordo, entre los que estaba su creador, Karl Flach y su hijo.
La rebusca fue inútil durante todo el día y resto de la semana. Nadie vio
el reguero de burbujas por donde se les escapaba la vida a esos valientes
precursores de la navegación submarina.

Los dos primeros submarinos construidos en Chile

Hacia 1866, y según precisa el historiador Francisco Antonio Encina en su
“Historia de Chile”: “un enjambre de inventores de torpedos, brulotes, minas
eléctricas, buques cigarros (submarinos), casi la totalidad semilocos, asediaban
a toda hora al Gobierno chileno, ofreciéndoles sus inventos que destruirían
infaliblemente la escuadra española”, que por aquellos días bloqueaba
el puerto en el marco de la guerra de Chile y Perú con España.
Así fue como se presentaron dos prototipos de submarinos. Uno del
ingeniero Gustavo Heyermann, construido en Santiago, que apenas
tocó agua se hundió y el del inmigrante Karl Flach, ex marino alemán, el
que por ese entonces se desempeñaba en los astilleros Duprat en
Valparaíso. Ante la guerra contra España, Flach mostró los planos de un
submarino, argumentando que podría atacar por sorpresa al enemigo.
La leyenda dice que, al escuchar la idea, el Presidente de entonces, José
Joaquín Pérez, preguntó: “¿Y si se chinga?”.
¿Cómo era el submarino?
Karl Flach era ingeniero de profesión y había fabricado cañones de
retrocarga que eran una novedad para la época y, por último, Alemania
era una potencia militar que ya tenía su propio submarino, así que su
proyecto fue respaldado y le encargaron la construcción de la nave. Se
trataba de un sumergible de 12,5 mts. de largo, 1,5 mts. de ancho, con
casco reforzado con capacidad para seis tripulantes provisto de una
escotilla de acceso y capaz de alcanzar una velocidad de 2 a 3 nudos.
Estaba totalmente hecho de fierro y tenía un peso cercano a las 100
toneladas. Se impulsaba a propulsión humana, con pedales que movían
sus dos hélices, y se hundía con un ingenioso sistema de arrastre de
pesos de un lado a otro de la nave. Además, contaba con dos cañones
y una escotilla. No tenía periscopio, por lo que, cada tanto, debía salir a
la superficie para saber si iba en la dirección correcta.
Pasadas con éxito las primeras pruebas, su constructor con la más absoluta
confianza en su modelo invitó a sumergirse al Presidente de la República,
José Joaquín Pérez, quien rehusó diplomáticamente la invitación.
Estando todo preparado y dispuesto, el submarino se sumergió para no
volver a la superficie, pereciendo todos sus tripulantes. Murieron 10
personas a bordo, entre los que estaba su creador, Karl Flach y su hijo.
La rebusca fue inútil durante todo el día y resto de la semana. Nadie vio
el reguero de burbujas por donde se les escapaba la vida a esos valientes
precursores de la navegación submarina.

Los dos primeros submarinos construidos en Chile

Hacia 1866, y según precisa el historiador Francisco Antonio Encina en su
“Historia de Chile”: “un enjambre de inventores de torpedos, brulotes, minas
eléctricas, buques cigarros (submarinos), casi la totalidad semilocos, asediaban
a toda hora al Gobierno chileno, ofreciéndoles sus inventos que destruirían
infaliblemente la escuadra española”, que por aquellos días bloqueaba
el puerto en el marco de la guerra de Chile y Perú con España.
Así fue como se presentaron dos prototipos de submarinos. Uno del
ingeniero Gustavo Heyermann, construido en Santiago, que apenas
tocó agua se hundió y el del inmigrante Karl Flach, ex marino alemán, el
que por ese entonces se desempeñaba en los astilleros Duprat en
Valparaíso. Ante la guerra contra España, Flach mostró los planos de un
submarino, argumentando que podría atacar por sorpresa al enemigo.
La leyenda dice que, al escuchar la idea, el Presidente de entonces, José
Joaquín Pérez, preguntó: “¿Y si se chinga?”.
¿Cómo era el submarino?
Karl Flach era ingeniero de profesión y había fabricado cañones de
retrocarga que eran una novedad para la época y, por último, Alemania
era una potencia militar que ya tenía su propio submarino, así que su
proyecto fue respaldado y le encargaron la construcción de la nave. Se
trataba de un sumergible de 12,5 mts. de largo, 1,5 mts. de ancho, con
casco reforzado con capacidad para seis tripulantes provisto de una
escotilla de acceso y capaz de alcanzar una velocidad de 2 a 3 nudos.
Estaba totalmente hecho de fierro y tenía un peso cercano a las 100
toneladas. Se impulsaba a propulsión humana, con pedales que movían
sus dos hélices, y se hundía con un ingenioso sistema de arrastre de
pesos de un lado a otro de la nave. Además, contaba con dos cañones
y una escotilla. No tenía periscopio, por lo que, cada tanto, debía salir a
la superficie para saber si iba en la dirección correcta.
Pasadas con éxito las primeras pruebas, su constructor con la más absoluta
confianza en su modelo invitó a sumergirse al Presidente de la República,
José Joaquín Pérez, quien rehusó diplomáticamente la invitación.
Estando todo preparado y dispuesto, el submarino se sumergió para no
volver a la superficie, pereciendo todos sus tripulantes. Murieron 10
personas a bordo, entre los que estaba su creador, Karl Flach y su hijo.
La rebusca fue inútil durante todo el día y resto de la semana. Nadie vio
el reguero de burbujas por donde se les escapaba la vida a esos valientes
precursores de la navegación submarina.






Paula Martí Ahumada 

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